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Unas veces muere, pero hoy no: Diego y las historias que lo mantienen vivo

Fotos, entrevistas, partidos de fútbol y un regalo inédito. La figura de Maradona se posó en la vida de varias personas que recordarán ese instante para siempre.

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Por Matías Morales
Diego
Tantas veces me mataron, tantas veces me morí.
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El 7 de octubre de 2006 la Sole le dedicó "Brindis" a Maradona, que había ido a verla al show que hacía junto a su hermana Natalia. Con un Pelusa sonriente como un nene, todo el Teatro Gran Rex cantó: "Unas veces muere... pero hoy no". A cinco años del fallecimiento del dios argentino, varias personas recuerdan sus momentos con él. Una foto, una entrevista, un regalo o un partido de fútbol. El Diego desafió las probabilidades, rompió todos los límites y se hizo omnipresente. Hoy, por una noche con el Diego, muchos darían la vida.

Diego al desnudo

Walter Vargas trabajaba como cronista volante para Télam. El domingo 22 de abril de 1979 su jefe lo mandó a cubrir el partido entre Quilmes y Argentinos en la vieja cancha del Cervecero. La consigna era clara: tenía que volver con una nota con Maradona. En aquel tiempo la información viajaba de otra manera. No había celulares, incluso había que esperar para que Telefónica instalara las líneas en las casas de barrio. Los periodistas debían salir de la cancha, caminar hasta los teléfonos públicos rodeados por cabinas naranjas y recién ahí comunicarse con su editor.

Como muchos de los que vieron jugar a aquel joven y desfachatado Diego, Vargas relata lo que vivió como si lo estuviera viendo: “Esa versión no está en los videos. Nunca vi algo igual”. Con su chamarra verde con capucha, un anotador y una entrañable lapicera Bic entró al vestuario visitante en busca de cumplir con su cometido. En el camino entrevistó al delantero local Julio Andreuchi, campeón con Quilmes en el 78’.

Cuando entró vio a varios jugadores. Algunos ya se estaban poniendo los vaqueros para irse, otros, todavía con el toallón puesto, recién se sentaban a cambiarse. Sin jefes de prensa de por medio, ni jugadores tratados como semidioses, las entrevistas se hacían mano a mano. “¿Perdón, le puedo robar un segundo?”, recuerda Walter que le decía a Alonso, Ruggeri, Francescoli y varios más. De las duchas todavía salía el vapor del agua caliente, y ahí estaba el diez enjabonandose.

-Diego, disculpame, soy Walter Vargas, cronista de Telam…

-Dale fiera, acercate y preguntame.

-¿Qué opinás de la marca de Moralejo?- dijo Walter mientras el agua lo salpicaba.

-Mirá fiera… poné que el rival también juega- contestó Maradona.

Diego
¿Qué es lo que pasa? Si todavía estoy vivo.

Jorge, el arquero del Diego

Jorge Pérez fue el arquero de aquel equipo de Parque que ganó ambos torneos de futsal en 1991. Ahí fue donde Diego se refugió tras ser apartado del mundo del fútbol por doping. “Voy a jugar”, le dijo un día al Checho Batista, también integrante de aquel plantel. La aventura de Maradona en el fútbol de salón duró alrededor de un mes, y además de ir los fines de semana a los partidos, cada tanto se presentaba a entrenar en el club de Marcos Sastre y Cuenca. Esporádicamente, algún que otro martes o jueves, los días de entrenamiento, aparecían el peinado italiano, los aritos y el ineludible olor a perfume de Diego.

Es jueves a la noche y Pérez no puede dormir. Está en su casa pensando que al día siguiente jugarán la vuelta de la final. En Olivos perdieron 2 a 1. Aunque estaba Maradona, su presencia no alcanzó. "Allá -de visitante- jugó 10-15 minutos y salió. Algunos días tenía unas locuritas que le agarraban y estaba un poco cruzado", señala mientras toma un café en la puerta de Parque. La confianza y el nivel estaban, pero no había margen de error y el estómago le presentaba los mismos nervios que cuando tocaba un examen importante. "Esos que te pegan en la panza", dice.

A las 8 llegó al club. Como siempre, el misterio rondaba la figura de Diego, pero cuando vio a Claudia en uno de los escalones que oficiaban como tribuna se quedó tranquilo: “Ahí confirmé que iba a venir”. Diego hizo cinco goles, Parque ganó 7 a 2, y tras las miles de invasiones de cancha producto de los tantos locales, festejaron el campeonato. Después de dos horas, salieron todos juntos del vestuario y en caravana se fueron a la Cervecería López, ubicada en Álvarez Thomas y Avenida de los Incas. Cuando terminaron de comer, Pelusa sacó un fajo de billetes gigante y pagó todo. De ahí viajaron sin escalas a Ponciano, un boliche que estaba en frente de la cancha de River. “Me fui a las 6 de la mañana, pero la mayoría no paraba”, recuerda Jorge. Aunque no lo sabía, cuando cruzó la puerta del boliche se despidió del Diez para siempre. “Tiempo después dijo que iba a venir a un asado, pero nunca llegó -cuenta-. Esa noche que salimos campeones fue la última vez que lo vi".

Diego
A vivir, que son dos días.

El testigo más querido

El 29 de octubre de 1996, un día antes de la Navidad Maradoneana número 36, Diego se presentó en Comodoro Py para declarar como testigo en el recordado Caso Coppola. El famoso representante estaba acusado por tráfico de estupefacientes. Alrededor de las 10 de la mañana apareció Diego, que atravesaba su última etapa como profesional, vestido con camisa y luciendo su barba candado. El juez Literas estuvo tomándole declaración durante horas, mientras que afuera de la sala los empleados del edificio hacían fila para sacarse una foto o pedir un autógrafo.

Fabián, que trabajaba en Tribunales, recuerda su experiencia, pero no sin antes hablar de Maradona: “Se lo extraña. Más en tiempos como los que corren. Es imposible no pensar en qué diría sobre muchas cosas”. Con una emoción que se transmite a través del teléfono, se mete de lleno en su pequeña gran historia: “Estábamos todos. Eso fue en el cuarto piso, y me acuerdo que vinieron los de maestranza, los del taller de carpintería… todos”. Despojado de toda vergüenza, el 10 emulaba su famoso festejo con Caniggia y se daba picos con algunos.

A menos de un año de su último partido como jugador de fútbol, Diego se sacó fotos con un montón de gente y firmó autógrafos en camisetas y cientos de papeles. “Había un periodista de Clarín que nos iba sacando fotos cuando entrábamos”. La tapa del diario al día siguiente fue “El testigo más querido”. Fabián salió del cuarto temblando. “Estaba extasiado. Como un nene”, sentencia. Al otro día la emoción bajó cuando vio que su foto no salió ni en la portada ni dentro de la nota. Por suerte para él, y para todos los maradoneanos, a diario aparece una foto de Diego que nunca se había visto. 21 años después una cuenta de Twitter publicó los archivos de aquella víspera navideña, y recién ahí Fabián encontró su postal con Pelusa.

Gracias por el regalo, Diego

Si he de morir, no quiero como la oveja, que cuando no da más lana el amo la degüella”, canta Gustavo Cordera mientras Maradona levanta una pelotita de tenis y se pone a hacer jueguitos. Diego siempre fue mi viejo, mis amigos más maradoneanos, los murales, las canciones, mi abuela diciendo: “Qué pena lo de este chico… tanta droga”. Fue un desastre, fue un ídolo, fue llantos, fue alegrías. Hoy es este texto, quizás mañana sea una película o una remera que vea por la calle. Cruzó los límites, los trazó, los rompió y finalmente concluyó su camino siendo parte del mundo del fútbol que tantas veces lo esquiló.

El 4 de diciembre me recibí de periodista deportivo. Festejé con mi familia, mi novia y amigos. Cuando llegamos a mi casa me regalaron varias cosas, me acuerdo de una birome color azul mate marca Lamy, y de una bolsa que cuando la agarré no entendí qué podía ser. La abrí y había una camiseta y una hoja que tenía dos fotos. La primera, una tapa de la revista Todo el Futsal que rezaba: “Todo el 91 fue de Parque”. En la portada estaba Diego y el resto de los titulares en la previa de un partido. En la misma hoja pero más abajo había una foto del equipo de amigos de mi viejo, que se llamaba La Cotorra. Para jugar usaban la casaca de la Sampdoria de la temporada 89/90, y con esa misma jugó Diego cuando debutó en Parque. Cómo tenía contratos con distintos patrocinadores, no podía usar la titular marca Reusch que usaban los de Villa del Parque, así que Jorge, arquero del plantel y también integrante de La Cotorra, llevó las camisetas. A todo esto, todavía no entendía qué había adentro de la bolsa.

Meses antes, cuando había entrevistado a Jorge en la puerta de Parque, terminamos y él me dijo: “Te voy a regalar esa camiseta. Me la pidieron mil veces y siempre dije que no, pero te la voy a dar”. Mi viejo cada tanto me hablaba del tema y me decía: “Tenés que juntarte con Jorgito, siempre me dice que te está guardando un regalo”. Cuando saqué el bulto que rellenaba la bolsa, vi que era la remera del Diez. En realidad, esa era la 8, que fue la que usó aquella tarde que el pueblo de San Vicente se desbordó de gente que quería verlo.

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