La noche que Russo se fue a dormir como DT de la Selección Argentina, pero un llamado cambió la historia
En octubre de 2008, tras la salida de Coco Basile, todo indicaba que Miguel Ángel, fallecido a los 69 años, sería el nuevo entrenador. Tenía el respaldo de Julio Grondona, los diarios lo daban por confirmado, pero finalmente el puesto fue para Diego Maradona.

Miguel Ángel Russo, quien falleció a los 69 años, vivió muchas noches intensas en el fútbol, pero ninguna como aquella de octubre de 2008. Esa vez, no fue por una final ni por una Copa Libertadores, fue por una ilusión: la de dirigir a la Selección Argentina. Tras la renuncia de Alfio Coco Basile, su nombre aparecía en todas las portadas, los medios lo daban por confirmado y hasta en la AFA lo esperaban para acordar los detalles. Venía de conquistar América con Boca en 2007, de ser campeón con Vélez y de liderar a un San Lorenzo que peleaba arriba. Todo encajaba, pero esa noche, un llamado lo despertó del sueño más grande de su carrera.
“Sí, estuve muy cerca. Cuando se va Coco. Me llamaron a la noche para decirme que era y después para decirme que no. Me dormí siendo el técnico de la Selección y me desperté con que ya no lo era”, contó Russo muchos años después, en una entrevista con Clank, el canal de Youtube de Juan Pablo Varsky. La frase, simple y dura, sintetizó lo que había pasado aquella jornada en la que su nombre sonó más fuerte que nunca para el banco albiceleste.
En ese 2008, Russo era el candidato natural. Tenía méritos, trayectoria y el visto bueno del poder. Julio Grondona lo consideraba el perfil ideal: equilibrado, trabajador y con buena relación con los jugadores. Venía construyendo una carrera sólida desde el ascenso, había ganado títulos con Lanús, Estudiantes y Vélez, y hacía poco había tocado la gloria eterna con Boca. Su estilo, más de conducción que de exposición, coincidía con lo que la AFA buscaba para ordenar un vestuario que venía golpeado tras la salida de Basile.
Hasta los diarios lo daban por hecho. “Selección: se va Basile y viene Russo”, tituló Clarín en su tapa del 17 de octubre de ese año. El propio Miguel reconocería más tarde, en diálogo con Marcelo Palacios para Zeapp Sports: “Es una tapa que te conmueve, a vos y a todo lo que te rodea. No ponen algo así porque sí, no juegan con la noticia”. Detrás de esa mesura se escondía la frustración de quien sabía que había estado a centímetros de su sueño.

Pero el destino tenía otros planes. En medio de las negociaciones, apareció un nombre que lo cambió todo: Diego Armando Maradona. El Diez se había autopostulado y su sola presencia alteró todos los equilibrios. En la AFA sabían que dejarlo afuera era exponerse a una tormenta política y mediática imposible de controlar. Grondona, pragmático, entendió el momento: Maradona era irresistible. Y Russo, con su habitual elegancia, aceptó el golpe sin rencor.
“Dios sabrá por qué no me tocó y sabrá cuándo me irá a tocar… Sé que en algún momento me va a tocar porque vengo creciendo permanentemente”, decía por entonces el técnico, convencido de que la oportunidad llegaría más adelante. No ocurrió. Pero la vida —y el fútbol— le devolvieron otro tipo de legado: el respeto unánime, la admiración por su trabajo y la imagen de un entrenador que nunca perdió la calma, ni siquiera cuando los sueños se le escapaban por teléfono.

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Aquella noche de 2008, Miguel Ángel Russo se fue a dormir siendo el técnico de la Selección Argentina y se despertó sin serlo, pero sin perder nunca su esencia: la del hombre que entendió que los grandes también se miden en cómo aceptan lo que no les toca.
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