Esto acostumbrás a hacer con la sal pero no sabías que trae mala suerte: hábitos y cómo anularla
Pasar la sal de mano en mano es una costumbre que muchos evitan por superstición, ya que se cree que atrae mala suerte y conflictos, una tradición con raíces históricas que aún persiste en las mesas argentinas.
Desde hace siglos, se repite en muchas mesas argentinas la insistencia de no entregarle el salero directamente a otra persona, sino dejarlo apoyado sobre la mesa para que lo agarre quien lo pida. Esta costumbre no tiene base científica, pero está cargada de simbolismos que han sobrevivido en el tiempo.
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El valor histórico de la sal y el origen de la superstición
- En la antigüedad, especialmente en la Antigua Roma, la sal no solo se usaba para condimentar o conservar alimentos, sino que también servía como moneda de cambio. Por eso, derramarla o pasarla directamente significaba un mal augurio, una pérdida o un descuido imperdonable.
- Se consideraba un bien tan preciado que, al compartirla, se optaba por dejarla sobre la mesa para evitar accidentes o pérdidas que pudieran provocar conflictos o señalar descortesía.
Supersticiones vinculadas: traición, mala suerte y rituales protectores
- Pasarse la sal en la mano se vio, además, como un gesto que podía romper amistades o generar peleas: como si la mala suerte se transmitiera con el contacto.
- La simbología también caló culturalmente: en La Última Cena de Leonardo da Vinci, Judas aparece volcándole la sal a la mesa, representando traición y vaticinio de desgracia.
- Para neutralizar el mal augurio de derramar o pasar la sal de este modo, muchas tradiciones recomiendan arrojar una pizca sobre el hombro izquierdo —a la "cara del diablo"— como señal de protección.
- En paralelo, en diversas culturas la sal también se vincula con lo sagrado y la protección: se la arroja en funerales, se usa en teatros (como en Japón) o en rituales para alejar el mal de ojo o espíritus malignos.
En síntesis: ¿por qué evitamos pasar la sal en mano?
- La sal fue un recurso muy valioso, por lo que cualquier desperdicio o riesgo de caída implicaba un perjuicio tangible.
- El acto de pasarla directamente podía interpretarse como un quiebre de confianza o una amenaza simbólica a la armonía.
- Hoy la superstición sigue viva como hábito cultural: más que un peligro real, funciona como un ritual que da sentido a nuestros gestos cotidianos y nos conecta con tradiciones arraigadas.
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