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Que Gallardo vuelva a ser Gallardo

Si el eslogan de D'Onofrio fue "River vuelve a ser River", la flamante presidencia de Di Carlo necesitará romper el mal humor que produce este equipo sin fútbol ni energía que terminó ante Vélez lleno de pibes, como si fuera un amistoso de verano.

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Por Andrés Burgo
Marcelo Gallardo
Marcelo Gallardo, en el empate de River y Vélez en Liniers. (Marcelo Endelli/Getty Images)
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En su desorientación, groggy como en los insoportables últimos dos meses, River terminó jugándose y casi perdiendo su pasaporte a la Copa Libertadores 2026 -con su consecuente impacto en la tesorería- como si fuese uno de esos partidos de torneos de verano en el que los pibes debutan o suman minutos en un contexto plácido.

En medio de tres viejos caudillos de entre 39 y 37 años como Enzo Pérez, Franco Armani y Milton Casco, en la tarde de Liniers se fueron colando cuatro pibes de entre 18 y 20, Lucas Obregón, Joaquín Freitas -ambos debutantes-, más Thiago Acosta y, ya más conocido, Ian Subiabre, la enésima prueba sin solución en un plantel reforzado en vano con 70 millones de dólares.

Cambian los nombres y no cambia nada porque el problema de River excede únicamente a los jugadores, en especial a los pibes. Si el eslogan de la presidencia de Rodolfo D'Onofrio fue "River vuelve a ser River" y la de Jorge Brito pasó con muchas obras y nada de épica, el flamante gobierno de Stéfano Di Carlo necesitará sacudirse de entrada, romper el mal humor que produce este equipo sin fútbol ni energía, algo así como que "Gallardo vuelva a ser Gallardo".

Si durante tanto tiempo el Muñeco fue merecidamente definido como "más que un técnico", tal vez lo mejor que le puede pasar a River es que Gallardo vuelva a sus orígenes, a cuando era "solo" un técnico, como si ese trabajo no fuera ya demasiado exigente. Entre tantas prerrogativas para manejar en exclusividad el fútbol del club y tanto pomposo anuncio dirigencial de CEO, el Muñeco quedó muy lejos de lo esencial: potenciar a los jugadores, armar un equipo superior a sus rivales y generar una identidad colectiva. 

El regreso ante Vélez de Enzo Pérez, que ya le dió a River todo lo que le puede dar, también expuso a Gallardo: ¿por qué había enviado al mendocino al banco de suplentes en los últimos tres partidos? ¿Por qué había visto en Juan Carlos Portillo una variante superadora? ¿El técnico perdió su ojo futbolístico?

¿O también es válido preguntarse desde lo humano, sobre la dificultad de dirigir a un club que le construyó una estatua? ¿Cómo se sigue desde entonces, cómo no quedarse estancado en ese mármol, mientras el resto del fútbol continúa avanzando? 

Aunque el fútbol es impredecible y River está técnicamente a cuatro partidos de salir campeón, este equipo invita al pesimismo, a no creer. Por más Enzos y menos Driussis, Borjas o Paulos Díaz que jueguen, se trata de un River alérgico al área rival, que ya lleva cuatro partidos sin gritar un gol, y que tiene las estadísticas más desangeladas de una generosa liga de 30 equipos.

De los últimos 24 puntos en juego, River sólo sumó cuatro. Apenas Platense, con tres puntos sobre 21 posibles (juega este lunes), puede quedar debajo de esa línea de indigencia futbolística.

Son números peores que los del final del ciclo de Diego Simeone en medio de una apatía tan desesperante como las de la segunda etapa de Leonardo Astrada o las de Néstor Gorosito y Ángel Cappa. Si antes el River de Gallardo daba orgullo aún cuando perdía, la hemorragia de derrotas de 2025 comenzó a generar primero bronca y ahora ya ni siquiera eso, cada vez más indiferencia, a tono con un equipo que pierde mucho, empata poco y, muy de vez en cuando, milagrosamente gana y hace un gol.

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