El primer hincha de River: lo siguió a todos lados e inspiró a Labruna
Aureliano Gomeza, alias Machín, jugó en las inferiores en la década del 10. De poca calidad pero querido por los futbolistas, pasó a acompañar al equipo a todos los partidos. Se convirtió en masajista del plantel e inventó frases como “el manto sagrado” y “verde césped”, luego divulgadas por el ídolo.

Antes de que los hinchas de River fueran millones y celebraran su día cada 28 de septiembre en homenaje al nacimiento de Ángel Labruna, el primero que siguió al equipo a mediados de la década de 1910 se llamó Aureliano Gomeza, alias Machín. No deja de ser una elección simbólica, pero a la vez justa: fue el pionero en seguir al equipo a todos los partidos en medio de sus múltiples facetas. Además fue jugador de inferiores, confidente de los cracks, masajista del plantel profesional, encargado de la concentración y mano derecha, justamente, de Labruna.
Gomeza conocía a varios de los fundadores del club cuando River todavía era un grupo de amigos de La Boca. Llegó al club en 1912, cuatro años después del ascenso a Primera, y comenzó a jugar en las inferiores. Le decían Ñato como ironía por su nariz prominente, aunque más le decían Machín, su verdadero apodo. Continuó jugando al fútbol en la Tercera pero era mejor amigo e hincha que deportista. “Yo era el más flojo de todos, ni con la nariz paraba a los rivales. Y como era el peor, me mandaron de arquero”, contaría.
Sin embargo, como era de esas personas queribles, enseguida fue adoptado por los futbolistas de Primera, algunos años mayores que él. Gomeza se convirtió entonces en una compañía para el equipo y comenzó a seguir a River por todas las canchas en épocas en que los jugadores viajaban en trenes.

Una foto de 1916 lo muestra formado junto a los futbolistas que le ganaron 2-1 a Boca: son 11 deportistas y Machín de pie, con polera, saco, flor en el ojal y mirada solemne hacia la posteridad, como el doceavo jugador o el primer hincha. Era tan protagonista que tuvo su propia figurita en Dolar, la colección más importante de ese tiempo.
Gomeza jugó una única vez en Primera en un amistoso contra Estudiantil Porteño el 15 agosto de 1919, un partido intrascendente -en medio de la temporada, un día de semana- que River perdió 4 a 0. Como todavía no había entrenadores que se ocuparan de armar los equipos, es tentador suponer que Gomeza -que actuó de defensor y no de arquero- fue elegido por sus compañeros en reconocimiento a su lealtad.
Machín no volvió a jugar en Primera pero siguió acompañando al equipo, a veces a un costado al campo de juego y otras en la tribuna. Fue una decisión que lo diferenciaría del resto: si en la historia de River hay más de 1.700 futbolistas que jugaron al menos un partido en Primera, el hincha que dejó la huella inicial fue Machín.

Ya sin esperanzas de ser futbolista de Primera, Gomeza pasó a jugar para los veteranos, una especie del Senior actual. El club Porteño, habitual protagonista del amateurismo, intentó incorporarlo, pero Machín era tan querido por los jugadores de River que lo amenazaron con el genóves que se hablaba en La Boca:“Nus ta naguen que amasen”, es decir “si te vas a otro club, te mato”, le dijo Arturo Chiappe, capitán del amateurismo.
El Ñato no se iría nunca y, cuando el fútbol se profesionalizó en 1931, pasó a ser el masajista de Primera. Empezó como un “lavapatas” y aprendió a masajear piernas y a reacondicionar músculos de futbolistas agotados, pero sobre todo se ganó su confianza. Fue el consejero de las primeras estrellas. "Cuando el Charro (José Manuel) Moreno llegaba del baile a escondidas, Machín lo protegía”, cuenta el periodista Gustavo Cardone en su libro La Tricolor, en referencia al mítico delantero de los años 30 y 40, crack en la cancha y en las pistas de baile.
A fines de 1939, cuando el plantel de River entró en huelga por una sanción justamente a Moreno, tuvieron su oportunidad en la Primera muchos juveniles, entre ellos Ángel Amadeo Labruna. Ese equipo de pibes fue llamado “Los Guerrilleros” y venció 2-1 a los titulares de Boca con el primero de los 16 goles que Labruna convertiría en los superclásicos.
Hay fotos de ese día de Machín celebrando con quien luego no sólo sería estatua y cuyo nacimiento inspiraría la fecha del día del hincha de River, sino que también sería uno de sus principales amigos. Se suele hablar del “verde césped” -en referencia al campo de juego- y “el manto sagrado” -por la banda que cruza la camiseta- como dos frases matriculadas por Labruna pero, en realidad, Angelito se las había copiado a Gomeza.
Machín también aparece en varias imágenes más, de esa década y de las siguientes: es fácil reconocerlo por su nariz y por su buzo con la letra M, de masajista. A veces posando junto al equipo, como en el debut de Adolfo Pedernera, en la cancha de Recoleta en 1935, próximos a partir al Monumental. También en medio de los títulos. Uno de los momentos más lisérgicos de la historia de River, la primera de las tres vueltas olímpicas que dio en la Bombonera, en 1942, lo tiene como protagonista.
Previo al clásico, junto al plantel posaron tres ayudantes con sus buzos con iniciales: además de la M de Masajista (justo también la de Machín), estaban la E de entrenador y la K de kinesiólogo. Pero Gomeza era tan de River que, apenas terminó el partido y River se consagró campeón de manera épica -perdía 2 a 0 y con 10 jugadores empató 2 a 2-, los jugadores, en vez de elegir a Pedernera como el centro de los festejos -el autor de los dos goles-, lo levantaron en andas a él.
Carlos Peucelle, crack de aquella época, lo definió como el alma del plantel: “Cuando me hablaron de psicólogos para jugadores, yo recordé al mejor psicólogo que tuvimos en mis mejores años de jugador, aquel inolvidable Machín, a cuyo alrededor teníamos espíritu y mística”.
Machín tendría hasta su muerte, en 1968, una jubilación soñada: fue el encargado de la concentración, en el primer piso del Monumental. De sus cosas fuera del club trascendió muy poco, salvo que vivía en el Bajo Belgrano con su hermana Pilar y que en sus últimos años regaló la guitarra que había usado para animar a los jugadores en cientos de noches previas a partidos de River.
El privilegiado fue el hijo de un matrimonio de amigos del barrio al que Machín invitaba tan seguido al club, al vestuario y a los partidos, que terminó haciéndose de River a pesar de que su padre era de Platense. Ese chico con inclinaciones artísticas se llamaba Luis Alberto Spinetta, el artista más influyente del rock argentino, que comenzó a componer con la guitarra criolla de 1923 que recibió de Machín, el simbólico primer hincha, el que lideró el camino de los futuros millones. La concentración de River, en el primer piso del Monumental, durante muchos años llevó su nombre.
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