La historia de Bernardo Grobocopatel, el millonario que fundó Agropecuario porque era “malísimo” jugando y ahora sueña con ascender a Primera
Cuando era niño, el dirigente, abogado y nobiliario del campo se enamoró de un juguete apto para pobres: la pelota. Su club recibirá mañana a San Telmo con el objetivo de ganar para asegurar su boleto en los Playoffs de la Primera Nacional.

Subir hasta la terraza de cualquiera de los pocos edificios sobraría para comprender a una ciudad con ritmo de pueblo: ver a las personas saludarse por la calle, escuchar el silencio ambiente y preocuparse por los dueños de las bicicletas sin candado. Tomar altura entre las casas y construcciones chatas, interrumpidas por el campanario de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen y por un puñado de estructuras con aires de grandeza, bastaría para poder perder la mirada en los tonos verdes y amarillos de los campos que rodean la urbanización y se extienden, al compas de la Ruta Nacional 5, hasta chocar con Pehuajó, al oeste, y Nueve de Julio, al este. Carlos Casares es la tierra de 23.000 personas y es la tierra de Bernardo Grobocopatel, un empresario hijo de una familia de nobiliarios de la soja y millonarios del campo que se enamoró de un juguete apto para los pobres: la pelota.
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Grobocopatel repartió sus primeras patadas en el interior agrícola bonaerense, a 321 kilómetros del Cilindro de Avellaneda, pero fue parido hincha de Racing.
- Yo debo haber nacido con la pelota en los pies. Lo que pasa es que lamentablemente -la primera sílaba vibra y se arrastra más que las demás- no nací con la virtud técnica para jugar al fútbol. Soy malo. Entreno, corro, pongo una voluntad terrible, pero tenés que tener habilidad. De chico, creo que me ponían un rato porque llevaba alguna pelota y colaboraba con las camisetas.
Una risita lo frena. Y de repente, se agolpan las palabras.
- Pero el amor por el fútbol, siempre, loco del fútbol. Miraba, sigo mirando todos los partidos.
Para sentir el fútbol de cerca, Grobocopatel fundó el Club Agropecuario Argentino el 23 de agosto de 2011, con la voraz idea de jugar en Primera División.
Gonzalo Urquijo habla con la serenidad de las calles de tierra con olor a manzanilla de su Bellocq natal, situada a 50 kilómetros de Carlos Casares. En 2011, cuando tenía 22 años, cursaba el Profesorado de Educación Física en La Plata y metía goles con la camiseta del Club Atlético Casares, el más ganador de la liga local, creyó que Bernardo Grobocopatel estaba loco.
- Al principio no le creía. Me dijo que quería armar un proyecto desde cero, que en cinco años tenía que estar jugando en la B Nacional y yo me empecé a reír. Me daba risa. No tenía cancha, no tenía nada.
Grobocopatel estudió abogacía en Buenos Aires con el deseo de jamás defender los intereses de ningún cliente. Él sabía que su trabajo estaría ligado a la agroindustria y quería que estuviese relacionado al fútbol.
- Tuve una propuesta para gerenciar un club de Primera, pero no me animé.
- ¿Qué te atemorizó?
- Me parecía que tenía que ir paso por paso. Me ofrecieron un auto de Fórmula 1 y aún no sabía manejar en la ruta. No me sentí preparado. Y menos mal… porque no lo estaba.
Empezar de cero -de cero- y sin una historia que respetar, le garantizó a Bernardo Grobocopatel poder total. Y responsabilidad total.
- Es un tipo muy curioso, que le gusta leer bastante, aunque es muy desorganizado. Al principio, vivía dentro de la camioneta entre papeles y yo le ordenaba todo; vendíamos los choripanes y las entradas juntos - la voz, amable, con el tono explicativo de maestra jardinera, es de Gabriela Venticinque, la niña que le hacía los deberes a Grobocopatel en la escuela primaria y la mujer que es su secretaria en Agropecuario.
El que siempre generosamente, generosamente cosechará
Catorce años después de haber iniciado con las prácticas en espacios verdes municipales, el curriculum de El Sojero indica que consiguió tres ascensos y se convirtió en la institución más joven en escalar a la Primera B Nacional, mientras que se jacta de un predio de 17 hectáreas con siete canchas y su sistema de riego, un lago artificial sustentable, el estadio Ofelia Rosenzuaig (abuela de Bernardo) con capacidad para 12.000 personas, ocho cabinas de transmisión y una pensión para 60 chicos.
- ¿Por qué Agropecuario?
- Con los amigos y locos que arrancamos teníamos otras dos o tres opciones, más futboleras, pero nos pareció una forma de representar la zona en la que vivimos. En gran parte del país el sector agropecuario es importante y para Casares es fundamental.
- Se ve poca gente en las tribunas los días de partido…
- Cuando ascendimos había más de 3.000 socios y poco a poco se perdió la ilusión –respira profundo, duda y se lanza con toda la ironía–. En Casares ahora parece, esto es un dato objetivo, que competir en la B Nacional es normal, entonces yo siempre pregunto: ¿cuántas ciudades de 20.000 habitantes tienen un equipo en la categoría? Hay un grupo de 200 o 300 fanáticos, pibes que hoy gritan y ya van a empezar a llevar a sus amigos y después a sus hijos. Muchas veces me enojo porque la gente no acompaña, pero Casares tiene otros equipos y no es tan fácil.
Nunca fui a ver un partido y soy megafútbolero -dice, entre las 12.00 y las 16.00, es decir, la hora de la siesta, Martín Guerriero, exfutbolista, exentrenador y presidente de Atlético Casares-. No me genera nada, acá cada uno está muy arraigado a su club y esa es su pasión. Ver un partido sin hinchar por alguien es aburrido, en cambio, si es malo, pero juega tu equipo, te atrapa.
Andrés Zerillo es zurdo y le resaltan las venas -en especial- de la pierna diestra. El fútbol nunca le ahorró tener otro trabajo, aunque lo paseó por España y por Inglaterra, lo declaró entrenador y le presentó a Marcelo Rodríguez, quien lo llamó en noviembre de 2011 para pedirle una recomendación: un defensor central capaz de jugar en el Federal C para un equipo que debutaría por el capricho de un millonario. Hecha la sugerencia, el marplatense, de barba rala con destellos blancos, sonrisa pícara y pelo largo con flequillo hacía la oreja derecha, le preguntó si el proyecto no necesitaba un técnico. Tres meses más tarde, se enteró de que existía la localidad de Carlos Casares.
Con el olfato atento de recién llegado, identificó un tufillo al que nunca le encontró una respuesta.
- No sé de qué queja la gente, debe darle trabajo a cuarenta personas de manera fija, sumado a que los almacenes y los servicios se favorecen, porque cuando se nos rompían las cosas nosotros lo arreglábamos en Casares. Es grande la movida, abrió una fuente importante de trabajo.
- ¿Cuál es la queja?
- Naahhh, a verrrr, la quejaaaa, ehhh –la pausa debate entre usar o no un eufemismo– Te lo digo en castellano. ‘Ruso de mierda, ruso hijo de puta´, ruso porque es judio. Los flacos cuidan el mango como cualquiera; ahora, trabajo te dan y cumplen lo que prometen. Bernardo tiene mi edad, 54 años, desde que tiene uso de razón que lo putean a él y a su familia porque contratan gente para la cosecha y después los dejan afuera.
Zerillo fue el cerebro que edificó las divisiones inferiores y el cuerpo que dirigió a todas las categorías. Dice, con palabras orgullosas, que fue el hombre que bajó de un caballo y entrenó por primera vez a Enzo Díaz, lateral que El Sojero vendió a Talleres (ninguna institución informó los términos de la operación), Talleres a River y, finalmente, River a San Pablo.
- ¿Por qué te fuiste?
- Me surgió una propuesta laboral en India a mediados de 2023, pero me iba a ir igual. Tenía una relación barbará con Bernardo, me podía haber quedado a vivir en Agropecuario, pero veía que el trabajo se empezaba a diluir. Él nunca terminó de confiar en las divisiones inferiores. Faltó una inyección más fuerte de dinero y de apoyo.

El Jefe
Bernardo Grobocopatel es discreto y parece siempre el mismo: no es bajo ni alto, su piel se arruga solo en la frente y, si bien las facciones de su rostro están más redondeadas, su estilo jamás varía: barba de rápido afeitado, patillas más o menos frondosas, siempre atendidas, y pelo corto o muy corto.
En octubre de 2024, cerró un acuerdo con su amigo Marcelo Lulkin, presidente de Sociedad de Fomento y Polideportivo Gonnet. Desde entonces, los chicos del club platense representan a Agropecuario en las divisiones juveniles de la Asociación del Fútbol Argentino con la esperanza de recibir un contrato profesional y una mudanza a Casares.
- Arrancamos a jugar en la reserva de AFA el año pasado y la categoría salió subcampeona. Actualmente tenemos la escuela de fútbol y 16 equipos, por lo que hay casi 300 o 400 chicos. Te voy a dar un ejemplo: ganarle a Colón, un grande de Argentina, fue histórico y lo hicimos con cinco muchachos surgidos del club. Es importantísimo.
Grobocopatel podría hablar un día y una noche de su club. Agropecuario lo predispone. Le gusta recitar sus aprendizajes como presidente fundador: que el fútbol es aún más cautivador cuando participás; que cualquiera le da pelea a cualquiera; que no hay que traer muchas grandes estrellas, sí alguna; que hay que mantener los planteles y que ponerse plazos temporales puede volverte loco.
- Yo no creo que nadie sepa todo de fútbol, se aprende día a día, como en la vida. No se acierta tan fácil, te diría que al principio erramos ocho de cada diez decisiones y que ahora atinamos un poco más.
Grobocopatel y Manuel Fernández se reunieron por compromiso una mañana de noviembre de 2019. Ambos viajaron a contrarreloj a un café del barrio porteño de Belgrano, aunque el mandamás ya había decretado el apellido de su futuro director técnico y el estratega tenía encaminado su aterrizaje en una institución rival. Cuando se conocieron, charla hasta las 14.00 mediante, se convencieron: Fernández percibió la figura de un hombre que quería estar presente en un club con todo por hacer. Y, justo entonces, la pandemia dejó nada para hacer.
- Él es de poco papel, confía en las personas y en las palabras mucho más que en los contratos. Tuvo una sensibilidad diferente en la época del Coronavirus. Contuvo en un momento de dificultad, se aseguró de que no le falte nada a ninguno de los empleados; y esos son gestos que no se olvidan.
El arquero Germán Salort estacionó su vehículo en Casares por primera vez a las 14.00 de un día veraniego de 2016, momento en el pueblo se escondía tras las persianas y hacía gala de la paz de un cementerio. No obstante, a casi nueve años de su recepción, Salort, córdobes de los que alargan las vocales sin excepción, desea permanecer en Casares. Pues conoció las virtudes de Agropecuario: su casa está a cuatro minutos del predio y por fin no tiene que forzar días sin entrenamientos para exigir pagos atrasados, indignarse por cobrar con arbitrarios descuentos o resignarse a no embolsar los meses sin partidos. Un día, el Arcángel Gabriel le tocó la puerta.
- Tenía contrato por dos temporadas y me salió la oportunidad de ir a Instituto. Le expliqué a Bernardo que yo soy hincha y mi familia también, que estuve once años en las formativas y no llegué a debutar y que era el sueño de mi vida. La decisión era suya y me entendió. Fue un préstamo de doce meses, se terminó y volví.

- ¿Qué destaca de Bernardo Grobocopatel?
Gustavo Jaime parece tildado, absorto. La demora de cinco segundos en la respuesta bucea desde sus picados con Bernardo en la escuela hasta sus andanzas como profesor del fútbol femenino, categoría que cimentó, coordinó durante seis años y recientemente el club abandonó.
- A los jugadores les recomiendo que hablen con él en caso de tener un problema. Algunos lo ven como el presidente, imponente, y no se acercan. No te va a decir todo que sí, pero es una persona con la que se puede hablar porque te va a escuchar y no va a haber prepotencia.
La faceta racional de Bernardo se esfuma en una tribuna. En los partidos, le grita a propios, árbitros y rivales y entrega su alma a la superstición favorita del fanatico: la cábala. Mira los partidos siempre desde el mismo rincón -asiste a todos de local y, desde que se mudo a Uruguay, a algunos de visitante-, coloca las manos en la misma posición y luce las mismas prendas hasta que una derrota reinicia el ritual.
Siempre alienta en favor de Agropecuario. Incluso el 9 de junio de 2022, cuando el Sojero venció por 2-1 a la Academia de su padre y suya y lo eliminó de la Copa Argentina con una particularidad: en la casaca, esta vez de fondo verde oscuro y ribetes rojos (usualmente alterna bastones verticales de ambos colores) se leía el mensaje “gracias papá por hacerme de Racing”.
- Tuve unas cuantas peleas con los jugadores por poner esa leyenda, ellos me decían ‘vamos a perder y nos van a cargar’ o ‘esto no es normal’. Y es eso, Agropecuario no es un club normal… El primer gol no lo grité y en el segundo se me escapó, se me escapó. Fue electrizante, no podía creer que hayamos dado vuelta el resultado. Era una promesa que tenía con mi papá.
Simplemente fútbol
En la campaña electoral para las elecciones de medio término de 2017, la municipalidad de Carlos Casares felicitó a Agropecuario por subir a la B Nacional. La respuesta de su director fue inmediata: “Sólo quiero recordarles dos cosas. El club es apolítico y esta publicación nos parece oportunista”.
- ¿Por qué piensa que la política y el fútbol no van de la mano?
- Son cosas distintas. La política, que tiene bastantes cosas por solucionar, es política y el fútbol es fútbol. No tienen nada que ver. Y me anticipo a otra pregunta, viste que te dicen: ‘¿Creés en las SAD o en los clubes? Para mí son figuras, conozco muchos proyectos privados que se fundieron y muchas asociaciones civiles que funcionan de maravilla. Son las ganas que le pongas, la creatividad y depende de cómo se trabaja. Es una cuestión humana.
Anudada al tejido de la cancha, suele haber una bandera engreída que grita “Agro no tuvo infancia, nació grande". Se gestó por obra de un padre adinerado que bancó con sus billetes las inversiones y los gastos y comprendió que para mandar tenía que saber, y para saber tenía que hacer.
- Ojalá podamos alguna vez jugar en Primera. Eso fue una obsesión. Ahora, me da satisfacción que los jugadores a los que vi de chiquitos jueguen de titulares en el equipo principal. Ellos van a ascender antes que nosotros.
- ¿Puede anticiparme alguno?
- No, no los voy a nombrar para no quemarlos - asevera con la seguridad de un hombre que está evitando una catástrofe.
Grobocopatel podría hablar un día y una noche de su club. Sin embargo, el teléfono le suena y le recuerda que tiene negocios que atender.
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