Si el COVID-19 no hubiera existido, Messi ya sería jugador de otro equipo. La pandemia salvó al Barcelona y a Bartomeu de perder al mejor jugador de la historia de ese club. Sin coronavirus la temporada terminaba antes de mitad de año y el 10 se iba sin conflicto. Pero la cláusula no hablaba del final de los torneos sino de fechas (junio) y ahí es donde el Barca se hizo fuerte.
Messi pudo pedir una habilitación a FIFA que sin dudas se la hubiera dado para jugar en cualquier otro lado, pero había que asumir el riesgo de perder el juicio que inmediatamente se iba a venir por 700 millones euros, lo que hoy vale su pase. Ni los Messi, ni cualquier otro equipo ( City o PSG) se arriesgaron a tanto y hubo que retirar el equipo casi sin jugar el partido.
Esto es por plata.
Los buenos ajedrecistas mueven las piezas calculando las siguientes movidas propias y ajenas. Ni el rosarino ni sus abogados demostraron saber el arte de ese juego milenario. Se subieron al ring contra Tyson con los guantes abajo y mostrando la cara. Y les contaron hasta 100. ¿Qué creyeron? ¿Que el club les iba a abrir la puerta con alfombra roja y limousine en marcha para llevarlos a El Prat?
La relación con el presidente está terminada. Pero a Bartomeu no le queda mucho. Ni tiempo ni dinero. Gastó más de 1000 millones en 5 años en jugadores improductivos. Sus secretarios técnicos fueron un fiasco y alguno de sus entrenadores también. Se va a marzo. Y en marzo. Lo que me hace dudar de que Messi también se vaya tres meses después.
Un nuevo presidente que inspire más confianza, con billetera llena para refuerzos y apellidos amigos en el combo ( Xavi DT, Puyol Manager) más el peso del arraigo familiar a la ciudad, hacen que lo imagine más en Barcelona que en cualquier otro lado por el resto de su carrera.
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