Murió Miguel Ángel Russo: la historia lo pone en lo alto del fútbol argentino
A los 69 años, se fue un ícono que dejó una huella imborrable en Estudiantes, Rosario Central, Lanús y Boca, donde trabajó hasta el último día de su vida.

Desde Valentín Alsina, la ciudad pegada al Riachuelo que pertenece hace años al municipio de Lanús, Miguelo se incorporó muy joven al fútbol, su gran pasión. Fue un buscador de futuros cracks, el ingeniero Pascual Ortuondo, el que lo señaló para que la dirigencia de Estudiantes de La Plata tratara de llevarse al chico nacido en 1956.
Parco pero siempre sonriente, pasó la prueba y quedó incorporado a las divisiones inferiores. Hizo todo su recorrido en el Pincha de La Plata y para 1975 -con 19 años- llegó al plantel de primera categoría, junto con sus compinches José Luis Brown y Abel Herrera, de la misma edad que él. En la cancha del San Martín tucumano debutó oficialmente, el 30 de noviembre, ingresando desde el banco por Miguel Ángel Benito, el Fantasma, cuando Estudiantes se puso 2-1 arriba y Carlos Bilardo, el técnico albirrojo, decidió reforzar el mediocampo.
Repitió dos veces sustituyendo a Juan Ramón Verón en el octogonal del Nacional y dio su aporte de quince minutos en la celebrada clasificación contra Huracán (3-2) para jugar la Copa Libertadores de 1976. Desde aquel tiempo integró el plantel y se apropió de la titularidad de manera definitiva, en el centro de la cancha, en 1977. Sumó 420 partidos oficiales en el club que lo formó, jugó 15 partidos internacionales con Estudiantes, agregando 17 presencias en la Selección Argentina.
Fue un mediocampista prolijo, metódico en su juego, duro y firme a la hora de marcar, con escasa inclinación ofensiva, que compensó jugando muy consustanciado con sus defensores. En 1975 formó parte del subcampeón nacional, escoltando a River. Alcanzó dos títulos de Primera con el Pincha, ganando el Metropolitano de 1982 y el Nacional de 1983. Fue el caudillo del mediojuego que armaron con el Bocha Ponce, Alejandro Sabella, Marcelo Trobbiani y él. Era quien más corría, quien más cortaba el juego rival, rodeado de tres talentosos, pero también era imprescindible como sus compañeros.

El 8 de julio de 1983, Miguel Russo hizo un gol inolvidable. En su cancha, Estudiantes se jugaba ante Gremio de Porto Alegre, la chance de clasificarse para la final de la Copa Libertadores. Debía derrotar a los brasileños para quedar primero en el grupo de tres, debiendo enfrentar posteriormente al América de Cali. Todo le salió mal al Pincha, que sufrió dos expulsiones muy pronto, nada menos que de Trobbiani y Ponce. Sin embargo, Sergio Gurrieri puso el 1-0. Pasado el minuto 15 del segundo tiempo, Gremio ya ganaba 3-1 y hubo dos rojas más, una a Camino, el lateral derecho y la otra al mediocampista Tévez. Descontó otra vez Gurrieri y le tocó a Miguel Russo, en el último minuto del partido, tomar un rebote en un defensor rival para tocar la pelota, con su pierna izquierda, y meterla junto a un palo. Fue 3-3, de siete hombres contra un Gremio completo, que festejaría días más tarde, ganarle la Copa a Peñarol. A Russo, le quedó el enorme mérito de empatar el partido en una hazaña poco recordada.
En medio de su enorme trayectoria en Estudiantes de La Plata, el hombre jugó 17 partidos para la Selección Argentina. Jugó tres partidos en la Copa América de 1983, la serie de amistosos del seleccionado en 1984 bajo la dirección técnica de su maestro Carlos Bilardo y participó en cinco ocasiones de las eliminatorias para el mundial de 1986, destacándose el 9 de junio de 1985 por hacerle un gol a Venezuela, en el triunfo 3-0 jugando en la cancha de River.
Aplicado tácticamente, con un despliegue físico encomiable, se nota su conocimiento del juego y su don de mando. De hecho, fueron anticipos del gran entrenador que sería años después. El 15 de junio de 1988 jugó su último partido. Fue en La Plata y antes del final, lo reemplazó Oscar Gissi, en la derrota 1-2 ante Independiente.
Catorce meses después, debutó como entrenador de Lanús, en la Primera B Nacional. Inició su larguísimo camino el 30 de agosto de 1989 dirigiendo al equipo granate que empató 1-1 en su cancha con Defensa y Justicia. Había tomado el puesto que dejó Roberto Rogel al final de la temporada anterior. Tras las extenuantes 42 fechas del torneo, llegó quinto y debió jugar por el segundo ascenso. Eliminó a Laferrere, goleó a Atlético Rafaela, superó a Belgrano de Córdoba y en las dos finales sufrió, pero derrotó a Quilmes por penales en la propia cancha cervecera.
El Grana volvió a Primera después de 14 años, con los goles del uruguayo Germán Villagrán y de César Angelello adelante, más la jerarquía del zurdo Gabriel Schurrer en la defensa y el talento del Urraca González. Con Lanús versión 1990/1991, Russo llegó a la máxima categoría. El 2 de septiembre debutó cayendo 2-0 ante Rosario Central en la que pocos años después sería apodada La Fortaleza. Finalizó último en el Apertura y se recuperó alcanzando el puesto 11 entre 20 participantes en el Clausura, pero no pudo evitar el descenso.
Russo fue mantenido en el cargo, la dirigencia aprobó su estilo de trabajo y sus esfuerzos para recuperar muy pronto la categoría que tanto había costado ganar. Así fue. El nuevo Lanús de Russo ganó el torneo de punta a punta: 57 puntos contra 52 de Colón y de Almirante Brown, sus escoltas. Entre Miguel Ángel Gambier, César Angelello y Germán Villagrán hicieron 44 de los 64 goles conquistados. El arquero Ojeda, el campeón mundial Héctor Enrique y el eje medio Ricardo Kuzemka apuntalaron con su capacidad a los goleadores y el milagro se produjo. La promesa estaba cumplida. Después del 30 de mayo de 1992, Lanús nunca regresó al ascenso.
Sin embargo, Miguelito se mantuvo en el puesto de entrenador y condujo los primeros 72 encuentros que jugó Lanús en su retorno final. Reemplazado por Patricio Hernández en julio de 1994, buscó nuevos desafíos. El 18 de septiembre empezó -junto con Eduardo Luján Manera- a pretender devolver a su querido Estudiantes de La Plata a Primera División. El empate ante Chacarita (1-1) marcó el comienzo de la dupla, con un plantel rutilante para el Nacional B: el arquero era Chiquito Bossio, los hermanos Diego y Rubén Capria eran estandartes del Pincha, lo mismo que el Ruso Prátola, Claudio París y Juan Sebastián Verón, el hijo del crack. Con Leo Ramos en el fondo, con José Luis Calderón adelante y el apoyo multitudinario de su gente, no hubo obstáculos para que Estudiantes arrasara. Ganó el torneo a falta de cinco fechas, con once puntos de ventaja sobre Atlético y cuando aún no se daban tres puntos por triunfo. Hizo 86 goles y apenas sufrió cuatro caídas en 42 partidos.
Una inesperada racha negativa de once partidos sin ganar, dejó a Russo y a Manera fuera del banco pincharrata. Contratado por la Universidad de Chile, estuvo durante 1996 y consiguió clasificar al club para las semifinales de la Copa Libertadores, donde no pudo superar a River, tras dos partidos equilibrados. En julio de 1997 llegó a Rosario Central, para reemplazar al prócer local, Ángel Tulio Zof. Estuvo año y medio, consiguió un tercer puesto en el Apertura de 1997 y partió a España, para ponerse el buzo del Salamanca. No fue buena la experiencia con el club ya desaparecido en la máxima liga española.

Colón lo reclamó para 1999/2000 y allí fue. No se sintió a gusto y pasados 12 partidos, se fue. Lanús volvió a tentarlo y se mantuvo un año y medio, pero tampoco logró éxitos. Contratado por Los Andes -en su efímero regreso a la A- su experiencia no alcanzó para evitar el descenso. Tras un paso menor por Monarcas de Morelia en México, nuestro hombre llegó a Rosario Central nuevamente, donde llegó tercero y lo clasificó para las copas internacionales. Desde Vélez tomaron nota de su buen momento y lo contrataron: ganó el Apertura 2005, su primera estrella en la A. Lucas Castromán fue la figura, con Marcelo Bravo, Roly Zárate y Leandro Gracián en muy alto nivel.
La buena campaña con Vélez lo catapultó para dirigir a Boca, donde llegó en enero de 2007. Subcampeón de San Lorenzo en el Apertura de ese año, jugó y ganó la Copa Libertadores y le dio el sexto y último título continental que Boca logró conquistar. Aplastó a Gremio en las dos finales con un parcial de 5-0, con tres goles de Juan Román Riquelme. La dura derrota ante Milan en Yokohama por 4-2 fue una de las razones de su salida a fines del año.
Los últimos quince años de su carrera como entrenador fueron muy variables en los resultados. Pasó por San Lorenzo (dos veces), regresó a Rosario Central, lo devolvió a Primera en 2012/13 y lo sacó campeón de la Copa de la Liga diez años después, estuvo en Racing, de nuevo en su casa estudiantil, en Vélez, fue campeón con Millonarios de Bogotá, pasó por Alianza Lima y se probó otro título en Cerro Porteño de Asunción, campeón con Boca en el torneo largo de 2020, dirigió en la liga saudita al Al Nassr, de nuevo Central, el Ciclón y Boca. En síntesis, un animal de trabajo que ganó sus títulos y acreditó su capacidad como líder de grupo, un entrenador que tenía la inteligencia de cambiar tácticas, mover piezas y tener buena llegada a sus dirigidos.
Su larguísimo recorrido también habla de su talento y perseverancia, tanto como futbolista como entrenador. Tiene un alto lugar en el fútbol argentino.
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