Muchas veces fue motivo de comentarios risueños el comedor blanco de Miguel Ángel Russo. Adonde fuera, primero llegaba su sonrisa impoluta que resplandecía como nunca en el marco bronceado de su rostro. Si de algún modo hay que recordar hoy y siempre a Miguelo es con esa sonrisa enorme. Una sonrisa que fue su marca registrada y que nos hizo copiarlo en espejo por las grandes alegrías que nos dio.
Para los que no tienen del todo claro lo que significa Russo en Boca, sin los valores agregados que suelen endulzar estos momentos, basta con decir que en los más de 60 años de historia que lleva la Copa Libertadores, apenas tres entrenadores la ganaron con el club: el Toto Lorenzo, Carlos Bianchi y Miguel. "La Coppa" -así como le decía él- es el torneo que nos desvela a los bosteros. Él lo sabía y era su gran preocupación. Por eso sonrió cuando sus ayudantes le contaron, desde el costado de su cama, que el 5-0 a Newell's nos metía nuevamente en el torneo al cual él había jurado hacernos volver.
En esta, su tercera etapa en el club, no pudimos disfrutarlo a pleno. Tampoco él pudo gozarlo como hubiera querido. Pero al fin de cuentas era lo que él quería. Despedirse en Boca, uno de sus grandes amores, la institución con la que llegó a la cima de su carrera en 2007. "Son decisiones", podría haber dicho él mismo con una de aquellas frases ambiguas y célebres que lo convirtieron en el jefe del escuadrón anti bombas. Miguel era un poco eso, el tipo que desactivaba los conflictos y convertía los tsunamis en una ola de pelopincho. Y en Boca, donde se vive con las ventanas abiertas, eso tiene un valor incalculable.
Los hitos de Miguel son varios. La Copa 2007, por supuesto, la del Riquelme supremo que se había transformado en un ganapartidos letal y que terminó con un 5-0 global a Gremio. Baile, goleada, carnaval. El campeonato de 2020, que le ganamos a River en la última fecha con el gol de Carlitos y Diego sentado en el otro banco, el de Gimnasia. Eran dos equipos distintos, uno con el brillo de intérpretes como Rómán, Palermo, Palacio y un muy joven Ever Banega. El otro, un equipo veloz y directo con Tevez como figura clave, la velocidad de Villa y una defensa sólida.
Y hay un mojón más en su vida en Boca que se produjo a fines del 2007, cuando Boca lo discontinuó por haber perdido la final del Mundial de Clubes con el Milan. Tan arriba estábamos, tan subidos a nuestra soberbia. Echamos al tipo que había ganado la Libertadores porque no pudo contra uno de los equipos más poderosos de la Tierra en esos años. O sea: fue víctima de la propia grandeza que había ayudado a construir. La revancha demoró, pero llegó y sirvió para darle paz, más títulos y un reconocimiento eterno. Este bonus track nos deja el regusto amargo del contexto, de sus limitaciones, de todo lo que envolvió a este regreso impensado.

Sin necesidad de haber nacido en Boca, Russo se convirtió en uno de sus personajes inolvidables y en parte de la historia más destacada. No necesitó de un estilo Russo porque el russismo es intransferible en una pizarra. Es el arte de estar cerca de los jugadores, con mucho afecto y un mínimo de indicaciones, adaptándose siempre a esos tipos que iban a representarlo.
Tampoco necesitó de frases altisonantes. "Es Boca", definía, y encerraba todo en esas dos palabras que los bosteros sabemos qué significan. No tuvo que decir que iba a dejar la vida por Boca: lo hizo, literalmente. "Son momentos", pudo haber dicho también de esta tristeza que nos envuelve. Momentos que uno nunca espera que lleguen. Pero llegan. Gracias, Miguelo. Hasta siempre.
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