Sin dudas, una de las imágenes del partido es el cabeceo de Russo, su siestita momentánea en el banco como la que cualquiera de nosotros se pegó alguna vez en el bondi o en el subte, yendo o volviendo de laburar. Si lo que se busca con las insistencia del primer plano es ridiculizar a Miguel, habrá que decir que se trata de una hijoputez mayúscula, como tantas de las que se ven en tiempos de morbo. Todos sabemos qué es lo que pasa, todos lo vemos y lo escuchamos cuando hace sus apariciones públicas. Después, lo que se decida tiene que ver con su propia voluntad -la de dejar el equipo clasificado a la Copa Libertadores- y la de Juan Román Riquelme, que está dispuesto a sostenerlo en su puesto.
La situación de Miguel no ha cambiado, y el mismo equipo que se caía a pedazos, que no estaba entre los ocho de los playoffs y que no entraba en los puestos de Libertadores que otorga la tabla anual, hoy está metido en la zona de definición del torneo y afirmado entre los mejores del año. Pasaron tres partidos entre una cosa y la otra, apenas tres partidos, y esto marca la inestabilidad del fútbol argentino y pone en duda su seriedad. Pero si cuando Boca estaba hundido se le pegaba por todos lados, ahora hay que decir que el equipo mejoró mucho. Es cierto, los rivales no son los más calificados ni mucho menos, pero son los mismos a los cuales no le ganaba antes. Por supuesto que todos estamos esperando el partido contra el Central de Di María -gran favorito para ganar el torneo porque es un buen equipo y por las enormes ayudas que recibe-, pero mientras tanto Boca hizo los deberes: nueve puntos de nueve, sin goles en contra (muy bien Marchesín) y con siete a favor.
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Claro que no es sólo una mejora numérica. El equipo asumió protagonismo, definió nombres y funciones, tiene voces que lo guían e hizo un cambio sensible a la vista. Se lo ve más sólido, con una actitud más combativa, compromiso hasta en los nombres más inesperados -Palacios- y tiene un líder extraordinario que juega y hace jugar como Paredes. Mientras el resto todavía juega fútbol analógico, el capitán sin cinta está en plena era digital. La diferencia con el resto es tan grande que expone a todos involuntaria pero inevitablemente. Hubo en Mar del Plata un par de jugadas intrascendentes que lo marcan. Parado sobre la izquierda, le tiraron una pelota de aire, con cierto compromiso, y salió del asedio -porque durante un buen rato le pusieron un tipo encima- con un toque de primera torciendo el tobillo hasta un ángulo imposible y sin retroceder un centímetro en el campo. En una situación más sencilla, con el balón dominado contra el piso, Blanco -que es zurdo y no es de los más negados- buscó el pase atrás hacia un central y hubo que empezar todo de cero. Ahí se pierde un tiempo, no hay sorpresa, el adversario puede reacomodarse... Más que una crítica a los demás, es un elogio al nivel extraodinario del 5, el mejor jugador y el hombre más determinante del fútbol argentino con apariciones en seis goles del equipo durante el torneo. Él solito generó este cambio de energía. Sabía que venía a hacerse dueño del equipo y cumple. Hay que aprovecharlo porque hacía mucho no se veía tanto fútbol en un solo tipo. Ni con nuestra camiseta ni con ninguna otra.
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Ahora, ¿Boca es sólo Paredes? No, claro que no. Hay, además, una serie de decisiones de Russo que merecen el reconocimiento:
- El equipo de memoria, un sello, más allá del cambio obligado de Costa (volvió muy bien).
- Di Lollo como primer central y Battaglia al medio, algo que se le venía pidiendo.
- Barinaga de 4, pura actitud Boca, concentración y criterio para pasar.
- Aguirre y Palacios, dos apuestas sostenidas y que, más allá de los vaivenes, empiezan a dar resultados. El ex Newell's no tuvo un gran partido en Mar del Plata, el chileno en cambio fue clave en una doble faceta de sacrificio y juego que queda plasmada claramente en el gol de Di Lollo.
- Cavani siempre titular: sigue en deuda y no se anima a pegarle al arco (le pasó esta vez con otro pase perfecto de Paredes) pero fue importante tocando claro fuera del área, buscando a sus compañeros, jugando para ellos.
Los triunfos fortalecen, dan confianza, es más fácil construir desde una plataforma elevada que desde el subsuelo. Habrá que ver, está dicho, cuando lleguen mayores exigencias, pero estos primeros pasos marcan que algo cambió. Tanto que Miguel hasta puede darse ese lujito de cerrar los ojos unos segundos en la desapacible tarde marplatense.
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